Ça alors

El perseguidor, Julio Cortázar.
Tal vez sea como dice ese tal Johnny Carter de que eso del tiempo es complicado. Tan complicado como que el tiempo puede ser como una bolsa que se rellena donde caben tan sólo dos trajes y dos pares de zapatos. No más. Nos pasamos la vida intentando meter más y más cosas dentro de la maleta, sin darnos cuenta de que aunque cambie el relleno, no cabe más que una cantidad y se acabó. Y lo jodido es que el tiempo sigue fluyendo, como un standard de jazz, con sus cambios de ritmos, con la movilidad de sus sonidos que lo recorren, tensándolo y destensándolo, rellenando un espacio hasta alterar la percepción del oyente, su sensibilidad. Por eso creo que hay que improvisar, salir por un momento del tema principal, modificarlo, jugar con él, para así poder volar con cada nota, poder sentir esa llamarada de tensión que pudieron sentir Dizzy o Charlie en el Carnegie Hall en la noche del Concierto. Hay que aprender a volar, si no sabemos volar no merece la pena seguir dentro del juego. Y es que al fin y al cabo sólo tenemos una partitura que recorrer, que tocar, donde hay que conseguir que todo el swing del mundo palpite, se concentre en ella, pues el tiempo simplemente es como un chorro de agua que no podemos agarrar y que se nos escurre entre los dedos. Un avanzar sin destino movido por una inercia inexpugnable donde lo difícil es tomar el tren que nos muestra el secreto para poder volar.