Y vamos diciendo adiós.

Cómo se va el tiempo. Se va. Se nos va. Se consume como un cigarro, como el pucho del tango, lentamente apretado entre los labios. Se van. Ya empiezan a desaparecer esas bocas que tanto nos han dado, las bocas que dibujamos entre humo y ceniza, entre ceniceros cargados de ruinas grises, entre copas, y ruegos y preguntas, y sonrisas y sábanas revueltas. Ya se van. Ya se deshacen esos ojos que no se buscan porque huelen a despedida. Porque tienen miedo y saben que poco a poco perderemos el recuerdo de ese tacto castigado de nuestros dedos. Porque saben que tendremos que hablarnos y decirnos todas esas palabras sin sentido pero tan políticamente correctas de las despedidas. Tal vez no quieran escuchar ese "espero que todo te vaya bien" o ese "descuida, volveremos a vernos" o "sabes que te echaré de menos". Y el tiempo empieza a encoger y vamos diciendo adiós a todos esos momentos que nos han mantenido vivos sin saberlo. Vamos diciendo adiós a todas esas tardes de barra de bar sin final. Esas noches dormidas de ojos abiertos, de peleas de almohada, de pasiones de aguas hondas. ¿Tristeza? Si hasta el cielo se ha puesto a llorar. Y poco a poco vamos diciendo adiós, hadiós.

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